Ir al contenido principal

Lo que dice mi hijo


Los dos años son una edad fantástica. Sé que tienen esas rabietas espantosas, se creen el ombligo del universo, están siempre poniendo a prueba los límites, se empeñan en subrayar su independencia a todas horas y compartir sus propiedades es algo que no entra en la ecuación. He leído en algún lugar que esta etapa no es más que la versión infantil de la adolescencia, sólo que sin espinillas ni botellón. Pues a pesar de todo eso, me encanta esta fase. Me gusta mucho, por ejemplo, su uso del lenguaje: la lengua de trapo, lo rápido que aprenden vocabulario y estructuras lingüísticas, la ausencia de filtros, las salidas que tienen... Cada día surgen cientos de anécdotas con mi hijo. Ya he contado algunas. Cuando paseamos, se sienta en las terrazas (sí, le encantan los bares, ya veremos la adolescencia) y les dice a los camareros: “Chervecha, patatas, aceitunas”. Le cuenta a su hermano cuentos en los que mezcla todos los personajes: “Capeucita Oja va a la pichina. Va a la casa de paja y sopla y salen los tres ositos. Mamá Pig y Peppa limpan el coche”.  Ayer me dijo, muy zalamero: "¿Va a venir la abuela, nos tomamos un heladito y nos lo pasamos ben?". Así de largo. Del tirón. Y, claro, yo sabía que cuando se lo contara a mi madre -y se lo tenía que contar-, al niño le iba a tocar doble ración de helado. Y así fue: una bola de fresa y otra de vainilla. Atómico toda la tarde con el subidón de azúcar.

 El de hoy ha sido un ejemplo de su falta de filtros a la hora de hablar. Ha venido el fontanero a arreglar un radiador que perdía agua. Mi hijo le ha perseguido toda la mañana. Le preguntaba veinte veces: "¿Qué haces?" (ya he contado que a menudo entra en bucle) y el pobre hombre las veinte veces le ha contestado con una paciencia infinita. Luego el niño se empeñaba en ayudarle. Yo intentaba llevármelo a otra habitación, claro, pero en cuanto me distraía un momento atendiendo al bebé, se me escapaba. Pero lo mejor ha sido tras su paso por el cuarto de baño. El chaval está orgullosísimo de sus avances y todos se lo festejamos continuamente. Así que, sin cortarse ni un pelo, se me ha escapado en cuanto le he subido el calzoncillo y ha ido como una flecha a contárselo al fontanero. "¡Campeón de orinal, campeón de orinal!", gritaba. Aterrada he salido corriendo detrás, pero estaba embalado y ya era imposible detenerle y le ha explicado detalladamente al buen hombre cómo hace pis y caca, que papá y mamá también lo hacen, y los primos, que el bebé no, porque es pequeño… Le he dado una buena propina, claro, porque él no tiene la culpa de que mi hijo no se calle ni debajo del agua y parlotee alegremente sobre sus pañales y que yo sea incapaz de conseguir que le deje trabajar en paz.